La sensibilidad en tiempos de COVID

Calles medio vacías transpirando tensión, incertidumbre como menú del día, noches habitadas por el silencio, deseos trucados, esperanzas prolongadas… ¿Cómo acercarse a la sensibilidad humana en tiempos de desaliento? ¿Cómo sostener lo que la imaginación nunca nos avisó que podía pasar? ¿Cómo protegerse cuando la vulnerabilidad acaricia el presente? ¿Se puede escapar bien lejos, dónde los virus no existan?

Llevamos casi un año viviendo una de esas películas de ficción en las que la humanidad a nivel mundial debe hacer frente a una amenaza global. La diferencia es que esa película esta vez no ha durado solo dos horitas de desconexión agradecida sino que llevamos meses respirándola. Y nunca mejor dicho. Lo que empezó como un thriller apocalíptico que en algunos casos al inicio nos robó algunas emociones de sorpresa e incluso excitación, ahora ya empieza a pesar, a desgastar. No se ve el final.

Atravesando ya la tercera ola, y esta es de las grandes, me pregunto: ¿Cómo vamos a surfearla internamente esta vez?

¿Cómo vamos a surfear internamente esta tercera ola?

Los seres humanos somos seres sensibles y necesitamos contacto. Nos nutrimos del entorno, aprendemos del entorno y evolucionamos con el entorno. ¿Cómo llevar de una manera saludable lo que absorbemos de él cuando sentimos que este puede ser peligroso?

¿Es posible sensibilizarse al miedo? ¿A la incertidumbre? ¿Puedo sensibilizarme a lo que siento cuando vivo en un escenario adverso?

Sensibilizarse es dejarse bañar completamente por el objeto que impacta en nosotros, ya sea física, emocional, mental como espiritualmente. Dejarse empapar aunque duela, sumergirse en el temblor y nadar en la impotencia, porque eso es lo que soy con la vida en ese momento.

Ser sensible es estar despierto, atento a lo que el caudal de la vida expresa a través de mi.

Cuando te cierran el negocio con el que pagas las facturas, tienes que cancelar unos planes súper deseados o ves que las personas a las que quieres sufren y ni tan solo puedes acercarte a consolarlas, ¿qué vas a hacer? ¿esconderte debajo de una manta y esperar a que todo esto pase? Está bien, es una opción válida, opuesta a pelear… y es que cada uno hacemos lo que podemos en cada momento. Sin embargo, también hay otra opción alternativa pero menos habitual: observar tus emociones humanas, esas de rabia, miedo, tristeza. Entrar hacia a dentro y mirar. Permitirte sentirlas. No queda otra. Están ahí. Debemos darles el paso a ser expresadas, nos cueste más o menos. Hay psicoterapeutas estupendos y demás profesionales especializados para ello. Necesitamos darles la mano y dejar que nos informen sobre nosotros. Es contigo con el que vives más cerca. Gracias a afrontarlas y sostenerlas, a veces el ángulo de la existencia puede verse interesantemente de otra manera.

Mi familia y yo en las dos olas anteriores fuimos de ese grupo de personas que, por escasa proximidad a la devastación covid-19, a penas se enteró. No sé lo que ocurrirá esta vez, aunque me da que esta marea abarcará más millas.

¿Y tú para qué crees que llegó este virus?

Suena feo y frío, pero las personas que habitamos el mundo ya no podemos vivir como animales inconscientes, apartando lo que sentimos, huyendo lejos, delegando responsabilidades.

El virus llegó y, aunque no lo creamos y se escape a nuestra razón, llegó por algo.

Apropiémonos de nuestra sensibilidad en todas tus dimensiones: para cuidar más nuestro cuerpo, fortaleciendo nuestro sistema inmune, para establecer una amistad con nuestras emociones y nuestra mente, para reivindicar nuestra preciosa humanidad, sacando todo lo mejor de nosotros al servicio de la vida (de la condición, raza y nacionalidad que sea), tal y como nos sirve ahora de ejemplo el colectivo de sanitarios.

Dejemos de ver al covid-19 como «el enemigo». Puede que sea nuestra manera de encararlo lo que más daño nos haga. Si no hubiera sido él, hubiera sido una gran Filomena u otra cosa.

Dejemos caer las pesadas armaduras que impiden el contacto con la sensibilidad genuina, esa que existe más allá de un “yo” buscador de culpables, que se cree más importante que la sangre viva y más alto que los árboles.

Paremos un rato de hacer hacía a fuera, volquemos la mirada hacia el interior y descubrámonos vulnerables, fuertes, eufóricos, tristes, ilusionados, agotados… personas al fin y al cabo. Como una mujer sabia me dijo el otro día: «creo que no ha habido ningún momento en la historia en el que se ha repetido tanto a nivel mundial el “quédate en casa”.»  Y es que simbólicamente, esa es una gran invitación a la introspección, a la escucha íntima. Y fijaos, ¡ese mismo mensaje nos llega de todas partes!

En fin, quizá sensibilizarnos a los que somos como una especie potente a la vez que frágil, también nos de una perspectiva más real en relación al planeta Tierra que nos cobija, y que de momento, aún nos permite la vida.

Por todo lo dicho: DESPERTEMOS YA GRACIAS A ESTE COVID PARA QUE NO TENGA QUE VENIR “OTRO” .